Un abordaje integral del dolor implica tomar en cuenta el factor emocional de las personas que lo sufren, principalmente en el caso de pacientes que padecen dolor crónico. De manera recíproca, el dolor puede generarnos un malestar que excede las sensaciones físicas afectando negativamente nuestras emociones, y a su vez esas emociones pueden alimentar el dolor e incluso incrementarlo.
Un paciente que sufre dolor crónico ve afectada su vida cotidiana y su calidad de vida en general. Su situación repercute de manera negativa en sus vínculos interpersonales, en su trabajo, en su descanso, en su alimentación. Tanto el dolor en sí mismo como el miedo a sentir dolor pueden llevar a la persona a evitar actividades físicas como sociales. Además la persona experimenta cambios en su estado emocional que lo confunden, modificando su percepción de sí mismo. La persona presenta cambios de humor repentinos, está menos activo, muchas veces permanece largos períodos de tiempo en la cama, cambia su dinámica vital y se altera también la dinámica familiar, entre otras cosas. Surgen sentimientos indeseados, como frustración, resentimiento y estrés. Todas estas vivencias eventualmente general depresión y ansiedad, estados emocionales que contribuyen a que el dolor se cronifique. Por este motivo resulta fundamental que todo tratamiento sea integral, realizando un diagnóstico diferencial a través de una evaluación exhaustiva; no sólo para en reducir el dolor utilizando diferentes técnicas según el caso, sino también brindando herramientas para que el paciente aprenda a gestionar su depresión y ansiedad y aumente la percepción de control ante las emociones desagradables. Con una adecuada salud emocional y gestión emocional, es posible manejar mejor el dolor.
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